La ansiedad: esa palabra que muchos odiamos en silencio
La ansiedad.
Sí, esa palabra que muchos odiamos, tememos, evitamos, pero que algunos de nosotros hemos tenido que aprender a mirar de frente porque simplemente no nos dio opción.
Hoy leí a una chica en Threads decir algo que me revolvió por dentro: “El que tiene ansiedad es porque quiere, que respire, que coma bien, y ya.”
Respiré profundo. Tal vez cien mil veces. Nada más alejado de la realidad.
La ansiedad no es una elección. No es flojera. No es “drama”.
La ansiedad es pura química. Es cuerpo. Es cerebro. Es intestino. Son ejes, son neurotransmisores, son desbalances que a veces ni entendemos del todo. Y sí, por eso importa tanto lo que comemos, cómo dormimos, cuánto nos movemos, qué pensamientos nos repetimos. Porque eso puede ayudar… pero nunca reemplaza la profundidad del proceso.
Tengo 32 años, casi 33 jeje… y he vivido con ansiedad desde que tengo memoria.
Tres ataques fuertes me han tumbado en la vida. Tres veces he sentido que mi pecho se quería salir del cuerpo, que mi alma buscaba escapar desesperadamente y mi cuerpo no podía hacer nada más que intentar respirar.
Llevo 9 años en terapia. No ha sido magia, no ha sido rápido, no ha sido fácil. Pero he aprendido algo: la ansiedad no se vence, se atraviesa. No se niega, se reconoce. Se le mira a los ojos con miedo, pero con dignidad.
Me molesta cuando nos dicen cosas como “tienes ansiedad porque quieres”, “solo respira”, “piensa en algo bonito”…
Es como decirle a una persona con asma: “Tienes asma porque quieres, mira qué aire tan bonito hay afuera.”
¿Verdad que suena cruel? Pues lo mismo pasa con la ansiedad. Solo quienes la han vivido saben el horror que puede ser.
Pero también sé que se puede aprender a vivir con ella.
Yo lo he logrado, poquito a poquito.
Con muchísima terapia.
Con ejercicio constante, no como castigo, sino como medicina.
Cuidando lo que como, dejando el azúcar, tomando kéfir, alimentando mi microbiota, llenándome de verduras.
Aprendiendo a descansar.
Dejando de exigirme como si fuera una máquina.
Y cuando la ansiedad me quiere visitar, ya no salgo corriendo.
Me detengo. La escucho.
Me pregunto qué me quiere decir.
Y aunque a veces duele, ya no me destruye.
Me abrazo. Me cuido. Me hablo bonito.
Y resisto, porque sé que sí pasa.
Ese momento eterno se disuelve.
Como una ola que rompe en la orilla y se va.
Si estás pasando por esto, por favor, busca ayuda.
No estás sola. No estás solo.
La salud mental importa. Importa muchísimo.
Tú importas. Tu historia, tu existencia, tus emociones. Todo importa.
Según la Organización Mundial de la Salud, más de 300 millones de personas viven con ansiedad. Es un tema global. Urgente. Y no, no se trata solo de “respirar profundo” y ya.
Como dice el libro que estoy leyendo, La sociedad del cansancio, vivimos tiempos que nos exigen tanto que terminamos agotados incluso de sentir. Pero eso no significa que no podamos parar, mirarnos con compasión y aprender a vernos con más humanidad, sin tanto juicio, sin tanto castigo interno.
Yo sigo trabajando en mí.
Cada día.
Con más ternura.
Con más pausa.
Con más amor.
Y si tú estás ahí, en medio del huracán…
Quédate. No te vayas.
Esto también pasará.
Y cuando pase, estarás más fuerte, más sabia, más tú.
"Intenté olvidarlo, pero tú estás ahí, incluso cuando cierro los ojos...
Si el dolor también es parte de ti, entonces está bien abrazarlo.”